Gogol y su nariz. Cortázar y sus manos que crecen. Dumas y la mano del muerto. John Irving y su cuarta mano.
No cabe duda. Cada cierto tiempo aparecen escritores que perturban nuestra comodidad a través de historias mitad macabras-mitad surrealistas, acerca de miembros u órganos separados del cuerpo, que no son más que una extrapolación metafórica del propio ser humano. Es el caso de "J'ai perdu mon corps" (2019), de Jeremy Clapin y Guilliaume Laurant, una película que nos demuestra que el todo es igual a sus partes.
Bajo el suelo de París
"J'ai perdu mon corps" es una adaptación cinematográfica de la novela "Happy Hand", escrita por el propio Guilliaume Laurant ("Le fabuleux destin d'Amélie Poulain", "La cité des enfants perdus"), y su premisa es tan clara como delirante: una mano cercenada parte en busca del cuerpo que alguna vez la albergó. Con esta excusa, Laurant y Clapin desarrollan un discurso audiovisual potente, que gira alrededor de la memoria, la nostalgia y la autoaceptación.
Uno de los primeros aspectos a rescatar es la narración en tiempo fracturado: un presente narrativo (a colores) y un pasado (en blanco y negro) compuesto por distintas capas de flashbacks que van completando el rompecabezas de la vida de Naoufel, el joven protagonista. Gracias a este recurso, la película termina salpicada de secuencias altamente sensoriales, diríase incluso sensuales, que apelan a una narrativa ligada a la evocación, arrolladora desde su valor poético.
Existe además una tercera línea narrativa: la simbólica, marcada por la presencia recurrente de un astronauta de juguete que representa las ilusiones del pequeño Naoufel. De esta manera se termina de estructurar la trama de "J'ai perdu mon corps". Cabe resaltar que uno de los mayores aciertos del filme consiste en entrecruzar sus diferentes capas de manera orgánica, haciéndolas apuntar hacia un tema en concreto: la nostalgia del cuerpo.
Pero hay otro elemento digno de mencionar. Con gran maestría, Laurant y Clapin se las arreglan para contar una historia que se desarrolla tanto en el París de Naoufel, a escala natural, como en el París de su mano, un espacio aterrador que existe al nivel del suelo, magnificado, repleto de ratas gigantes, autos a toda velocidad y subterráneos asesinos. Así, si el adolescente se debate en una lucha interna consigo mismo y la sensación de pérdida, la mano lucha en medio del caos de una ciudad diseñada para masticar y escupir.
Una deuda con el gran cine, y más
De todos los filmes de animación estrenados en el 2019, "J'ai perdu mon corps" es probablemente el que hace gala de los mejores referentes cinematográficos. A lo largo de la película nos topamos con signos inequívocos del mejor Buñuel en "Un chien andalou", o del Kurosawa de "Yojimbo". Con tales puentes con el cine clásico, no es de extrañar que The Hollywood Reporter relacionara al trabajo de los franceses con "The beast with five fingers", de Robert Florey.
Y no solo eso. Los lectores reconoceremos en la historia de Laurant más de una similitud con la imaginación provocadora de Maupassant o Boris Vian, o con el hiper-absurdo de Beckett.
En suma, "J'ai perdu mon corps" representa, hoy en día, un oportuno contrapeso a la animación de fórmulas recicladas. Se trata de un ladrillo más en la construcción de una escena mundial de animación de autor, que viene tan bien cuando se trata de diversificar la avalancha comercial.
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